jueves, 25 de junio de 2009

Estaba en un banco de Gran Vía esperámdole, sí a él.
Habían quedado a las seis de la tarde y ya pasaban diez minutos de esa hora, pero a ella no le importaba por la simple razón de que se trataba de él.
Estaba enamorada de él desde la primera vez que lo vió, cuando su amigo Sebas se lo presentó.
Había salido con él un par de veces con otros amigos y hoy era la primera vez que habían quedado solos.

Las seis y cuarto.
Ella miraba con detenimiento a los peatones de Gran Vía buscando en cada rostro la cara de él , pero no la encontró.Sin embargo, se percató, después de tantos años viviendo en aquella inmensa ciudad, del enorme bullicio que siempre habitaba allí.

Las seis y veinte.
Miraba su reloj y parecía como si el tiempo no hubiera corrido tanto, sin embargo, le daba igual esperar tanto porque estaba segura que él iba a aparecer en un momento u otro e iban a pasar un buen rato juntos, además, ella tenía pensado declararse, aunque le daba igual la repuesta que él le fuera a dar.

Las seis y media.
El reloj corría más todavía.
Para la ocasión, ella se había maquillado con aquellas pinturas que hacía mucho tiempo que no utilizaba.

Las siete menos veinticinco.
Se había puesto una falda que se había comprado la semana anteriory que jugaba recelosa con sus largas piernas. La camisa que llevaba era su preferida y destacaba su escote, el mismo que muchos viandantes que habían pasado por delante de ella habían mirado, unos con disimulo y otros descaradamente.

Las siete menos cuarto.
Ella empezaba a preocuparse seriamente: "¿ Le habrá pasado algo?" "¿Se habrá olvidado de nuestra cita?". Miles de dudas empezaron a aparecer por su cabeza tan bien amueblada.

Las siete menos diez.
Pensaba que nunca podría enfadarse con él , que lo amaba demasiado como para coger un berrinche, pero se equivocaba. Estaba empezando a fruncir el ceño. "¡Menudo cabrón!" se repetía, pero no tenía la fuerza de voluntad necesaria para irse de esa banco de aquella simbólica calle y mandar a tomar por culo a la cita y a él. Cada vez que lo intentaba se le aparecía su perfecta cara en la mente, con sus perfectos ojos azulados y sus perfectos labios carnosos que ansiaba comer.

Las siete.
El berrinche pasó a enfado y el enfado a rabia.
Sus ojos derramaban lágrimas, la fantasía e ilusión habían desaparecido por completo.
Ahora sí que tenía la suficiente fuerza de voluntad. Y así hizo, se levantó y se marchó, a su casa, por supuesto, allí era donde se sentía segura.
En todo lo que duró el trayecto, las lágrimas no cesaron de caer de sus negros ojos.
Le costó encontrar las llaves que habrirían las distintas puertas de acceso a su apartamento.
Una vez dentro, corrió histérica al baño, se miró en el espejo y se produjo asco a sí misma. Triste, pero cierto.
Abrió el pequeño armario-botequín que se situaba encima del espejo y buscó ansiosa, encontro, al fin, un pequeño bote cilíndrico que contenía innumerables pastillas de color azul.
No exagero si digo que cogió cinco y las guardó con cautela en su mano. Salió corriendo del baño en busca de papel y boli, y con letra grande y caligrafía perfecta escribió:

"EL AMOR ES FANTASÍA PARA UNOS Y DESDICHA PARA OTROS.
MALA SUERTE QUE ME HAYA TOCADO LO SEGUNDO."

A continuación, se metió una a una cada pastilla, pero a una velocidad vertigionosa, ayudándose a digerirlas con un poco de agua.

Las siete y media.
Y se desvaneció sin fuerza alguna.